El 14 de Febrero comienza la campaña de 40 dias por la vida . Es una campaña mundial de 40 días dirigida a acabar con el aborto a nivel local mediante la oración , el ayuno y una vigilia pacífica frente a centros donde se realizan abortos.
Oramos en turnos de una hora portando carteles con los mensajes de la campaña , ofreciando ayuda y dando testimoio de la realidad del aborto.
Este movimiento cuenta con más de un millón de voluntarios y se lleva a cabo 65 países , 681 ciudades .
Gracias a Dios y al esfuerzo de tantas personas , se ha conseguido salvar la vida de 24.211 bebés desde 2007 , además de la conversión de 256 trabajadores de la industria del aborto y el cierre de 148 centros abortistas .
Ramón Pi publicó en el diario Ya el artículo que reproduzco, que resulta ahora de sorprendente y dramática actualidad, cuando se niega la naturaleza humana defendiendo un proyecto genocida. Me gustaría ser una mujer moderna , abortista, solidaria , alegre , progresista,...pero como muy bien expone Ramón Pí , no puedo .
"Pocas actitudes como la abortista tranquilizarían mejor mi sensibilidad de
hombre solidario con mis congéneres, y más con las del sexo femenino, víctimas
históricas de una cultura que hizo de la fuerza física el fundamento principal
y último de la dominación intelectual, profesional y social, con las secuelas
económicas y personales que todo eso lleva consigo. Pocas actitudes como la
abortista reflejarían con más nitidez mi propensión a alinearme con el débil,
bien entendido que la actitud abortista no significa entusiasmo por el número
de abortos mayor posible, sino la defensa de la mujer que, por las razones que
fueren, considera que su embarazo es una agresión al diseño de su propia vida.
Sí. Me gustaría ser abortista.
Me gustaría, porque la visión de una madre de cuatro, cinco o seis hijos, o más
-que también las hay con más-, con las piernas atormentadas por las varices,
con problemas circulatorios que le impiden la ingestión de anticonceptivos; o
con un marido ‘sarraceno’ que la utiliza como reposo del guerrero sin el menor
miramiento, aquí te pillo y aquí te mato; o con propensión a las tensiones
nerviosas después de diez, quince, veinte años de matrimonio infeliz y sin
salida fácil, es una visión que deprime al espíritu más romo y menos dado a la
compasión.
Me gustaría ser abortista, en el sentido dicho y no en otro, porque los
violadores campan por sus respetos, y su denuncia no es a veces más que correr
el riesgo de que, una vez libre (porque éstos salen libres rápido, maldición),
la denunciante corre el riesgo de ser violada, y atracada, y maltratada de mil
otras maneras, y porque a ver quién le dice luego al hijo que su padre es, en
realidad, un bestia desconocido que trituró a su madre en un descampado o
dentro de un coche robado.
Me gustaría, sí, me gustaría ser abortista, porque hoy la ciencia permite
saber, en la semana número veinticinco del embarazo, si el hijo que viene será
mongólico o no, y no se le puede pedir a todo el mundo el hermoso heroísmo de
mis propios padres, que tienen un hijo mongólico, mi hermano Manuel María, y
luego tuvieron el valor de tener dos hijos más, inteligentes, llenos de
talento, el uno reeducador de adolescentes marginados y el otro músico bohemio
al que profeso una admiración que él desconocía hasta ahora, si estas líneas
llegan a su poder. Y como yo comprendo que no todos son como mis padres, y que
no es esa conducta la ‘conducta exigible’ según la doctrina alemana copiada por
nuestro Tribunal Constitucional, me gustaría ser abortista, a fin de dedicar
mis esfuerzos a aminorar el trauma cierto que significa tener un hijo
subnormal, o ciego de nacimiento, o talidomídico.
Tengo tendencia natural a la solidaridad con el pobre, con el oprimido, con el
maltratado por la vida. Y me gustaría ser abortista para contribuir al consuelo
de esas mujeres sin cultura ninguna, incapaces de entender -y no por su culpa,
sino porque así les han rodado las cosas en un mundo hostil- que existen métodos
naturales de control de la natalidad, y que existen medios químicos, y físicos,
y mediopensionistas, de impedir un embarazo que no se quería; son esas mujeres
pobres de solemnidad, con maridos en paro, que destinan su tiempo a beber y
‘matrimoniar’, que diría Cela, que eso al fin y al cabo es gratis y, según cómo
se mire, es el consuelo de los pobres.
Me gustaría ser abortista para sentir el orgullo de difundir la solidaridad con
los menos favorecidos por la ruleta de los dineros, que son, para mayor escarnio,
los que a la falta de medios materiales suelen unir la falta complementaria de
medios intelectuales o educativos de supervivencia, y que se encuentran
cargados de hijos a los que no pueden educar, ni vestir, ni alimentar siquiera
como reclamaría la OMS para los niños de Etiopía.
Sólo encuentro un inconveniente, uno solo, pero definitivo, para ser un
verdadero abortista moderno, solidario, alegre y progresista. Este
inconveniente es insalvable: resulta que está ya fuera de discusión que el
fruto de la unión del hombre y la mujer es, desde la misma fecundación del
óvulo, un ser independiente de su madre en cuyas entrañas se aloja. No es ni un
quiste, ni una protuberancia, sino un ser distinto, un ser humano (imposible
otra cosa) distinto de sus padres, con un código genético ya definido, y que no
necesita más que dos condiciones para convertirse en un ser adulto:
alimentación y paso del tiempo. No es ni siquiera un ser vivo necesitado de la
metamorfosis para convertirse en adulto. Es un hijo, tal cual, que en el seno
de su madre vivirá aproximadamente el noventa por ciento de su desarrollo
completo, y el otro diez lo completará fuera del claustro materno.
Y eso es así, y no hay nadie dispuesto a discutirlo a menos que sea un
ignorante espectacular y encima quiera exhibir su ignorancia en público. Ya me
gustaría que no fuera así, y que no pudiera hablarse de matar un ser humano,
sino de ‘interrumpir un embarazo’, porque eso me permitiría demostrar con toda
nitidez hasta qué punto me conmueve la situación difícil de la mujer que ve
peligrar su salud, o acaso su vida, como consecuencia de un embarazo que no
quería, o la circunstancia dramática de una mujer violada y embarazada como
consecuencia de la agresión salvaje, o la posición insostenible de la madre de un
rimero de chavales que le piden inútilmente de comer. Si el aborto deliberado
no consistiera en descuartizar a un ser humano -pequeñito, eso sí, pero un ser
humano- sino en extirpar un grano, yo me pondría al frente de las
manifestaciones abortistas.
Pero no es así, sino de la otra manera. Ya lo apuntaba Javier Moscoso de Prado
en la Gran Enciclopedia Rialp, edición de 1971, tomo I, página 44: “Asistimos
hoy -escribió el ahora fiscal general del Estado, sobre cuya ejemplaridad ética
invito a opinar al lector- al intento de legalizar ampliamente el aborto, al
menos durante los tres primeros meses del embarazo, pérdida del sentido del
respeto a la vida que se pretende justificar alegando falsas razones de tipo
eugenésico, psicológico, social, etc.”. Eso escribía, y así es en efecto. Y
entonces me encuentro con que, de ningún modo, salvo envileciéndome a mí mismo
y contribuyendo a envilecer la sensibilidad ajena, puedo defender la matanza de
los inocentes como ‘solución’ de nada.
Y no puedo ser abortista, con lo que me gustaría serlo, porque falsificaría de
raíz mi presunto humanitarismo y, lo que es peor, porque me quedaría sin
argumentos serios para ir contra la fabricación de jabón con los judíos
sacrificados en los campos de exterminio nazis. Porque destruido el respeto a
la vida humana, por sí misma, ¿dónde están ya las fronteras? ¿Por qué doce
semanas, y no quince, o veinticuatro semanas de gestación? ¿Por qué antes de
nacer? ¿Cuál es la diferencia, si hablamos en serio?
No he hablado para nada de religión, ni de creencias trascendentes. No necesito
nada de eso para comprender que, aunque me gustaría mucho, no puedo ser un
abortista, salvo que acepte el envilecimiento, la hipocresía o ambas cosas a la
vez."
Ramón Pi (extracto del artículo http://www.albadigital.es/2009/05/18/vida/me-gustaria-ser-abortista/)